RICARDO ANEYBA TORRICO
Gastón
Cornejo Bascopé
Cochabamba
Noviembre 2015
Leí las “Memorias”
de un cochabambino llamado RICARDO ANEYBA TORRICO. Tienen el título
poético de “Alas al viento”, por asociación rescaté en la memoria a un
gran amigo aviador y escritor querido, el Capitán Álvaro Pinedo Antezana cuyo libro tituló:
“Alas del Recuerdo”, y por supuesto, al gran poeta Juan Capriles, el de la
“Detonación y un gran silencio” quien glosó la majestad de doña Adela Zamudio “Soledad”
en su coronación en el Teatro Achá con la siguiente expresión: ¡Llego caballero de espada a rendir homenaje
a un ángel con las alas de la poesía
desplegadas al viento”.
Gracias al contacto de azar personal una hijita mía
conoció a un respetable caballero de edad aproximada a la mía, de aspecto
atractivo y gentil llamado Ricardo Aneyba Torrico, quien perteneció a la Fuerza
Aérea Boliviana y de la cual egresó con el grado de Suboficial del Instituto
Tecnológico Militar, y que guarda pensamientos de dialéctica marxista-aprendidos
en su juventud.
La amistad nació inmediata cuando la hija le contó
que su padre, el suscrito, en tiempo universitario en Santiago de Chile, se
inscribió en las Juventudes del Partido Comunista chileno. Sorprendido el autor por tal informe tuvo la
gentileza de enviarme su libro “Alas al Viento” Memorias de un Suboficial de la
Fuerza Aérea Boliviana.
Con muy poca talante comencé su lectura a instancias
familiares; sin embargo, interesado en el descubrimiento biográfico de una
existencia madura en plenitud de experiencias similares a la mía y despojado de
todo prejuicio, como debe ser quien cultiva datos biográficos de cualquier ser
humano e imbuido del respeto a la dignidad de persona, cualquiera fuera su
condición social, política y cultural.
Interesado particularmente porque el personaje a
descubrir tiene origen en el valle cochabambino, la Hatun-Bolivia de nuestras
querencias.
En la carátula del texto está la imagen del Che y la
del autor militar en una edad de juventud acrisolada. Hojeando el texto
encuentro la fotografía de un cadete a
cuyo pie reza lo siguiente: “enérgico y dinámico brigadier, abanderado y
escolta, jefe de inteligencia en el Gobierno del Gral. Barrientos, luego empresario
y excelente deportista”
Continúo indagando: “Egresado de la Promoción 1957
del Politécnico Militar Aeronáutico”; es decir, un valluno de mis tiempos
históricos.
Sucedió en el alba de un amanecer insomne cuando me
adentré en la lectura de un escrito que prometía ser atractivo desde el comienzo.
¿Quién era este escritor que dedicaba sus memorias a ocho entrañables
familiares y que se autodenominaba ¡Sascurrucho! Vocablo de interjección
exclamativa como el exudar un saludo triunfante: ¡Albricias! ¡Eureka! ¡Viva! , como
el decir indígena ¡Hallalla! que es un saludo sin traducción explícita.
¡Sascurruchos q´arachakis! resonó en mi memoria de
largo plazo, y el éxtasis de la
evocación acompañó la imagen de la calle de Santa Teresa, la Plazuela de
Monseñor José María del Granado, con sus palmeras y su verde pasto. El colegio Irlandés,
el Instituto Americano, la Salle, los rincones familiares tan queridos de la
infancia, y los gamines amigos: los Requena, el Chincano, los Escalera, los
Canín Gabriel y Alfonzo. Y las notables familias de hogares aledaños, los
Quiroga Galdo, los Cuadros Quiroga, los Vargas Cornejo, los Cornejo Bascopés,
los Urey, los Moscos- Paz, los Granado, los Salcedo, las Chichis Galindo, los
Cuellar, los Rico Toro, los Q´husos Quiroga, los Rocha, los Soria, Muriel, Opelito
Guzmán, el Dr. José Montaño, Jaime Aparicio, el profesor Smith, su hija rubia y
coqueta Florens.
Las monjas q´arachakis de Santa Teresa y la fiesta
del Carmen el 16 de Julio, las procesiones con la Virgen a cuestas, el torno
misterioso del claustro monacal.
Los juegos de las t´hokolas, el trompo, la pelota
mojeña, el salto-león y la pelota quemada lanzada con furia sexual a los
robustos pechos de las robustas niñas
.
“Tosca” la perra danesa amigable en todo el barrio,
siempre hambrienta y gigante asustando a
los párvulos con su albo abrigo tachonado de gruedas manchas negras. Los
llokallas del vecindario concurrentes. Los curas de La Salle que al pasar tomaban
nota de los estudiantes que awaytaban a las esclavas de estampados uniformes. Las
indigestas frutas de las palmeras radiantes. La tienda de doña Cristina pletórica
de qh´uyunas, colapìs, ankukos, polvillos y suspiros, las tablillas de dulce de
leche almendradas. Al frente casi al llegar a la esquina de la calle Colombia
la vidriería de Roberto Koch, el amigo judío que escapó de Hitler y me enseñó a
cortar vidrios y enmarcar retratos.
No muy lejanas las modistas de doña Aurelita de Montaño
y doña Flora Veltzé, cada una con su legión de hábiles costureras. Las hermanas
Lara, madres de Magda la bailarina y Teté casada con Toro Rivas, luego
enviudó y acompañó legalmente a Edgar
Vargas, mi condiscípulo artista. La Casa Tres y Otto Feder, venta de fina ropa
para ambos sexos. Gabriel O´Connor y su esposa Carmiña Prudencio, deslumbrantes
de belleza y maestría en equitación. Radio “Rural” de Carmiña Quintanal y el
Gato Maldonado, cívico connotado que estudió derecho a los 70 años.
Y en tiempo de golpes cuartelarios, los matones del
vecindario y los cupos de alimentos. Próximo a la plaza de Armas, por la
Baptista, el sombrerero Borda, la Asistencia pública, la iglesia de la Compañía
con sus ángeles alados que volaron a Quillacollo. La peluquería “Esmeralda” con
ventanas que guardaban cabezas peluconas guillotinadas, peluqueros parlanchines
que informaban y comentaban el acontecer diario profetizando siempre golpes
militares y jugando a cirujanos con sus tijeras motosas y cuchillos afilados en
reluciente cuero porcino. Y el sombrerero con finos “Borsalinos” tendidos en
planchas de eficiente calor vaporoso, lograban un clímax de sonoras nubes.
Por la España, los Claure Saavedra, el dentista
Torrico, el K´hasa La Fuente, Enrique Sánchez, Carlos Frías, Mario Montaño, los
Maldonados Terán, los Galindo, los Arrieta, los Canedo, los Quiroga Ocampo, la
casa del Dr. Piki Urquidi. Las Chichis y Rosemarie Torrico de belleza
exuberante, Las niñas Lucksic víctimas del accidente del LAB en la laguna de
Koña Koña. La tienda de Manuel Borda con enigmas en sus ventanas y estatuas de
mágico llanto. El Teatro de la Unión Americana así nominado en honor solidario
a Chile bombardeada por la flota española, luego llamado “Achá” en homenaje al
presidente tumbado por Melgarejo. Y al este de la Policía el hogar de los
Jank´as. Frente al teatro el poeta Javier Del Granado. El Bar “Europa” con Moisés
Vildoso en la atención servicial de un chop exclusivo con los dos cuadros de
Avelino Nogales revelando curas en espantoso estado de ebriedad tendidos enytre
los barriles. El Club Social para la crema de respingados empresarios y
chacareros ilustres.
En la calle Mayor Rocha, próximo al Colegio de La
Salle, la vivienda y el conservatorio de don Teófilo Vargas con sus melodramas:
Aroma y la Coronilla y la venta de fino, oloroso y fuerte vinagre. Actué de
pequeño marchando con fusil de madera al hombro y pantalón apretado y parches mal cocidos. Allá departí
con los mayores artistas, Enrique Levy, Renato Coca, Mario Rolón Anaya, Saúl
Valdivia, Julio Salamanca, Gastón Paz, Hugo
Bilbao La Vieja, Ferrufino, Valenzuela; y
los menores Jaime Aparicio, Fredy Aranibar, Fredy Torrico, los Achabal,
Rocabado, Jordán, Jaime Laredo. Las damas artistas y los ensayos donde se
emprendía con la música y el canto, interrumpido por el viejo compositor que
rabiaba a morir ante las notas fuera de tono.
Por las aceras, de los portones, de los zaguanes,
siempre alejados a distancia de los patrones, circulaban los pongos y las
mith´anis portando recados o cuidando a los párvulos pendencieros y traviesos.
Tinino Rico Toro, inquieto y movedizo rompía macetas
y tejas, saltando imprudente por los tejados acompañado del suscrito, en pareja
de llojallas amigos. Las vecinas notables de la calle Perú: las “Pavas”
Villarroel, siempre enojadas murmurando insultos y al frente, la temible Policía, siempre atacada en los
cuartelazos repetidos, entre los partidos políticos tradicionales y los
ambiciosos militares. Allá cayó la bomba que lanzó Echenique en 1949, y de allá
salieron los cadáveres envueltos en grandes frazadas mortuorias luego de la
asonada que duró dos días. Cochabamba alzada frente al gobierno del “Chivo” liberal,
La guerra civil y la retoma de las fuerzas oficialistas que ingresaron con paso
firme.
1951, El Bachillerato y luego el servicio militar
para los no omisos. Los inhábiles por objeción de conciencia querían ingresar pronto
a la universidad para ganar una profesión. Los jóvenes sin recursos a
tecnificarse, a trabajar para ayudar a los padres en su humilde condición.
En
las familias de entonces los destinos humanos eran divergentes, frecuentes las adhesiones
a los oficialistas de turno, los encumbramientos laborales y los exilios
indefinidos, las persecuciones político-partidarias a los antiguos patrones y
descendientes, las difamaciones, prisiones y torturas comentadas con reserva y
desconfianza; el aceite de camión a las señoras, los cigarrillos al dorso
quemando siglas del partido, los lápices rompiendo tímpanos en Curahuara, los frecuentes
toques eléctricos a las partes pudendas con violaciones silenciadas. Desde la Gerencia de la Luz y Fuerza, el
“Chino” Montenegro cobraba venganza política a los opositores, y los jóvenes de
violencia innata conformaban el cuerpo de parapoliciales.
Toda una imagen multiforme de evocación, luces y
sombras, anécdotas de tristezas y lampos de alegría juvenil plasmados en la
memoria, con seres y ambientes que emergen incontinentes según las asociaciones
coyunturales del diario vivir de ese tiempo borrascoso. Recuerdos que a ese
pesar llenan el alma de caricias subjetivas y añoranzas de un pretérito feliz propio
de la dorada juventud que para los ochentones actuales son imágenes sublimadas de
ternura, para el suscrito y seguramente también para el Suboficial de marras.
Sí, Bachiller de La Salle en 1951. Primavera, encuentros, promesas, sueños.
Amistad de “Caribes” disfrazados de la figura del Whisky “Johnny Walker” en el penúltimo
Carnaval burgués; el último de empobrecido traje de humilde periódico.
Comienzos del 1952. Emprendí viaje a Santiago de
Chile, a estudiar medicina. Lloré amargamente enfrentando mi nuevo destino. Partí
en el tren presuroso del valle por la cuesta al altiplano de Oruro, luego el
cómodo camarote en el Internacional a Antofagasta, y de allá, en el “Longitudinal”
carbonero a Santiago. Toda una semana de fatigante viaje para iniciar y
concluir largos nueve años de estudio universitario, culminar la jornada vital
juvenil, lejos de la patria, para ser médico de pobres.
El joven Ricardo Aneyba Torrico en ese tiempo paralelo
enfrentaba su propia batalla de formación humana en el Alto de La Paz y en los
EEUU donde logró tecnificarse en hélices de aviación como una especialidad
exclusiva y necesaria para las Fuerzas Armadas.
Distantes uno de otro, coincidimos ambos en la reflexión
política transformadora gracias a la lectura y el aprendizaje de un texto
compartido: “Principios de Filosofía Política” del apasionante Politzer. Fue Ernesto
Ayala Mercado, el docente de Derecho de San Simón cuya tesis remarcable
“Marxismo” y entonces Presidente de Diputados, quien dirigió a Aneyba y a los compañeros Lorgio Vaca, Andrés Soliz
Rada, (entrañables amigos míos).
En Chile fue un condiscípulo llamado Benedicto Chuaqui
fue quien me ofreció el libro que enriquecí con las lecturas y la experiencia partidaria
en las Juventudes Comunistas y el aprendizaje de Luis Emilio Recabarren,
Ricardo Fonseca, Elías Lafferte y Pablo Neruda - a quien conocí personalmente
merced al familiar Pedro de la Barra, el famoso director del Teatro
Experimental de la Universidad de Chile. En la Facultad profundicé el estudio del
cuerpo y del alma humana, y en paralelo la historia de la sociedad en la ciencia
política de Carlos Marx.
Ricardo Aneyba a distancia, sin conocerme, estudiaba
el Capital del mismo autor y la Dialéctica de la naturaleza, de Federico
Engels. Seguramente, estaba embargado de emprendimientos con el ideal de lograr
un mundo de justicia; la posibilidad de una renovación social le arrebató la
mente juvenil y el generoso corazón. Juventud preciada en pos de ¡Tomar el
cielo con las armas! y transformarlo todo en tiempo breve.
En Bolivia la Reforma Agraria gravó las estancias de
Palca y Caluyo a mis padres, dejándoles apenas algunas hectáreas en el valle de
Sacaba. En Santiago, fue memorable la visita de Víctor Paz Estenssoro que partía
de Embajador a Inglaterra a su paso por Santiago. En la Plaza Artesanos fue aplaudido
por toda la izquierda chilena mientras él coqueteaba con Carlos Ibáñez del
Campo el asesino de los comunistas chilenos. No tocó, cobardemente, el tema del
enclaustramiento.
Mientras el suscrito se hallaba perdido en las
poblaciones callampas atendiendo a los humildes. Aneyba luchaba por superarse,
solitario y consecuente, creaba sindicatos dentro la institución tutelar de la
patria y un buen día, circunstancialmente, confesó su ideología al futuro
presidente militar que acudió a él para triunfar en sus proyectos administrativos
inmediatos. Logró amistad con otro funcionario Antonio Arguedas, y ambos fueron
envueltos por la CIA norteamericana que intervenía en el gobierno de Bolivia. Aprendió
“Inteligentzia” y ascendió a su propia cumbre al calor de la confianza y la amistad
de René Barrientos Ortuño, el presidente de trágica memoria.
El entorno bravío y agitado con personajes conocidos
llegó a mis orillas vivenciales en distintos momentos: Ovando, a cuyo hermano conseguí
trabajo de sastre, Tinino Rico Toro destacado en las FA, Mario Vargas Salinas
el del Vado que mató a Tania y a mi sobrino el suboficial Carlos Cornejo, Juan Pereda
Asbún el abanderado lasallista a quien desafié pelea en Cochabamba, Toto
Quintanilla, el policía amigo con quien daba enseñanza de paralelas, barra y
argollas a los guardianes del orden en los recintos policiales. Luego, se tornó
en un iracundo paramilitar peligroso. Yo concluía mis estudios en Santiago y,
por principio ideológico, me allegué al médico Salvador Allende en sus proyectos y
candidaturas de valor creciente.
1964, comencé la vida de médico socialista en el
hospital de la Muyurina, CNSS en Cochabamba, recientemente creada. Advino el
golpe a Paz Estenssoro y su cobarde fuga al exterior empujado por las manos de Aneyba
y Barrientos. Estalla la noticia de un grupo guerrillero en Ñancahuazu, el Che
Guevara, su apuesta vital y el término tras el sacrificio de soñadores idealistas.
La CIA actuante. El Diario del Che y la copia documental. La fuga de Antonio
Arguedas con el Diario, la orden de Barrientos a Pereda de asesinarlo antes de
su ingreso a la frontera chilena; yo en el hospital Barros Luco Trudeau de
Santiago especializándome en cirugía, conocí la trayectoria del ministro de
gobierno de esquizofrenia rampante. Las entrevistas agudas, las respuestas
inconcebibles. La publicación del Diario por Cabieses, el director de “Punto
Final” con quien trabajé más tarde las conclusiones de un Encuentro frustrado
de socialismo perdido. Allende recibió a los guerrilleros desnudos en la
frontera del norte. Luego la visita de Fidel Castro renovando los sueños de un
porvenir de justicia.
En Bolivia otros personajes movían los hilos de una
historia truculenta: Baldi, Monje, Rubin de Celis, los Arce Gómez, los García Meza,
los Bernal, Coca, Abrahám Baptista;
atentados criminales a los Alexander, Soliz, Otero Calderón, Inti Peredo,
Hugo Echeverría.
Luego, el trágico accidente del helicóptero en Arque,
el duelo de las esposas, un ejemplar y solemne entierro. Yo en el llano
luchando por surgir en el tupido bosque profesional, Aneyba tratando de salvar
la vida.
1969 Nacionalización de la Gulf. Ovando colaborado
por Marcelo Quiroga Santa Cruz; ascensión de J.J.Torres, el sencillo militar que
propició socialismo a la boliviana.
1970. A
Ginebra, Suiza a perfilar mi cirugía con una beca fantástica; luego, el golpe asesino
de Banzer en Bolivia y la matanza de
Allende en el palacio de Toesca de Santiago. La instalación del Plan Cóndor en
todas nuestras repúblicas sufridas con dictadores de Chile, Argentina Bolivia,
Paraguay, Uruguay y Brasil. Prisiones prolongadas, torturas inauditas, crímenes
perfectos, desapariciones de altura en el mar y los ríos de nuestra América india.
Aneyba felizmente retirado en Santa Cruz,
transformado en boyante empresario. Yo de retorno de Europa, sin trabajo frente a la opción de ser médico
de una patrulla internacional contra las guerrillas creada por Luis Arce Gómez
que me ofrece un alto cargo previo lanzarme en paracaídas con el resto del
equipo. Registré a Juan Pereda Presidente y el falso sufragio. Banzer
gimoteando al despedirse. El golpe de Luis García Meza y el Juramento bajo el
brazo de Luis Arze Gómez, con la caballería de estos graves personajes. El golpe
a Gueiler, la dictadura.
Aneyba en Santa Cruz emergiendo en sanos proyectos
laborales: helados, cerveza Taquiña, dio una lección al gerente Eudoro Galindo,
la Peña folklórica colla, el cine de barrio, la música criolla, el canto y la
dulzura de vivir en paz. Toñito el hijo artista de Teresa Villarroel Blanco en
Santa Cruz; los Kjarkas Hermosas, el gringo Gilbert Fabre mientras en Santiago moría
de amor su esposa en su peña dando gracias a la vida.
En Bolivia, nuevas dictaduras militares y civiles
repetidas. Agonía de todos los partidos: FSB, PIR, MNR, PC, y los pequeños que
menudearon en su tiempo, sin ninguna trascendencia. Muere del Pacto Militar
Campesino por falta de financiamiento. La clase indígena y proletaria postergadas.
Los arribistas progresando en capitales.
Apareció el MIR desde Bélgica con su renovadora esperanza,
Jaime paz Zamora y el gallo simbólico, la juventud adepta, el chino Kuajara, Capobiando,
Vaca Diez, Aróstegui, el sacrificado Oscar Eid pariente de Juanito Abujder, el
reverendo Timoteo Sullivan de la CIA, la calle Harrington. Nueva frustración
política, corrupción en todas las instituciones públicas, universidades,
ministerios, colegios de profesionales. La reserva moral de esa juventud resultó
un fracaso, nuevos cargos, riqueza ilícita, desdolarización con los nuevos
enriquecidos, la gran superinflación de los 80. La muerte ideológica de las
izquierdas. Corrupción en progreso desmedido, nueva muerte partidaria.
Nuevo Siglo XXI. Pasaron los años. Me encumbré en la
ciencia y la literatura, la bioética y el humanismo. Llegué a senador del
movimiento al socialismo 2006-2009 gracias a la sugerencia del sacerdote
Gregorio Iriarte quien me alertó contra los mineros cooperativistas y el mal de
altura y la fácil traición ideológica del encumbramiento. Marché por el
altiplano acompañando a los originarios, orgulloso y pleno de alegría en pos de
una nueva constitución política, transformadora de la Patria y la dignidad del
ciudadano postergado en sus derechos.
Aneyba con su
virilidad cumplida de hombre cabal, su iniciativa empresarial y su apuesta de
honor en los valores civiles, Yo idealizando al presidente indígena, Aneyba en
sus cuarteles de invierno.
2010-2015. Ambos envejeciendo, nautas en su propia
nave con las alas desplegadas al viento, capeando los temporales de la vida. Incólumes,
enfrentando al entorno cambiante de una modernidad que no se comprende y que da
fin a las tradiciones y a la bucólica Cochabamba de antaño.
Enfrentados a una mercantilización y consumismo incontrolable,
a la pérdida sensible de la historia regional y a la emergencia de una ciudadanía
anodina y subordinada. Ambos en la recta final del viaje existencial, más con
el alma activa y las armas que la madurez de la experiencia nos vistió como
Quijotes o Cyranos, con adarga y lanza en ristre, con blanco penacho en la cabeza.
Aneyba continúa en su origen Ayacucho Nº392 y Mayor
Rocha; en cambio a mí, me sacaron del hogar paterno, gracias a la venta
inconsulta de la Casa Matriz, por intereses personales de dos sobrinas
ilegítimas en el amor filial. De la Colombia Nº 236 entre España y Baptista,
tuve que migrar a la lejanía de Sarco, calle Chipaya esquina Apurimac, sin
número.
Siento en el
alma como una impronta de fuego el contenido de un párrafo del libro de Adolfo
Cáceres Romero, el gran escritor y profeta: Lo dijo el último Khipuqamayu “Vender la tierra es como deshacerse del alma. Ahí no
sólo está la vida, sino la de los antepasados. Hijo No se puede vender la
tierra donde se ha nacido. En ella está nuestra sangre, la de los abuelos, la de
todos nuestros seres queridos”
Pero, vendieron mi hogar sin compasión a mi alma, ni
respeto a la memoria de los insignes creadores de la familia.
Con el biografiado Ricardo Aneyba Torrico, por fin nos
reconocemos, guardo la seguridad intuitiva
de un parecido en amor a la patria compartida, a nuestra cuna de mestizos; en
amor al milagro de la vida, al consagrado compromiso de la sangre; en amor a
los recuerdos y añoranzas de nuestras vidas exuberantes y en las instancias
sublimadas de los profundos afectos.
Antes de compartir experiencias personales, invitaré
a Ricardo Aneyba Torrico, a lanzarnos una mirada humana de sublime aproximación.
Le extenderé la mano franca y amiga. Más tarde escribiremos la verdadera
historia de Bolivia.
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